jueves, 8 de agosto de 2013

Telenovela cubana: Pasarás por la tele…

 
 
 
 
 
 
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Por Cinthya Cabrera Tejera
¿Quo vadis? Tal duda me asalta cada lunes, miércoles y viernes cuando camino por las Tierras de Fuego que ahora propone Cubavisión, el canal de la familia cubana.
La televisión en Cuba, como la sociedad misma, está inmersa en un proceso de readecuación. Es válido cuestionar y examinar diversos códigos del lenguaje audiovisual. Lo peligroso está en escoger el camino fácil de la imitación de los peores patrones.

Si bien los cubanos ven los culebrones de México y alimentan la piratería en los portales llenos de vendedores de discos, nunca esperan la misma calidad en cuanto a contenido, ni miden con la misma vara una producción importada que una de factura nacional. Las exigencias con respecto a estas últimas son mucho mayores.
Lo que llamábamos telenovelas hasta hace poco, parece estar perdido en un laberinto de paradigmas, pese a los intentos de rescate. Los realizadores argumentan conceptos socorridos en extremo para decir que no se trata de una telenovela en un sentido estricto, es más bien una teleserie… Sucede que la mayoría del público cubano, a fuerza de costumbre, seguirá reconociendo al dramatizado emitido por Cubavisión, aproximadamente a las nueve de la noche y de lunes a sábado, como “la novela”.
Dejemos la clasificación y el etiquetado para las reuniones técnicas. Tales explicaciones no son la respuesta satisfactoria para unos televidentes cuya preocupación no se centra en si ven una telenovela, una teleserie o un teleteatro, sino en la calidad y capacidad del producto para satisfacer sus expectativas.
La gente ya no habla como antes de las novelas cubanas. La última producción que recuerdo haya generado un debate espontáneo en el público, fue Bajo el mismo sol, con Ketty de la Iglesia, Blanca Rosa Blanco y Daylenis Fuentes en los roles protagónicos.
A partir de entonces, los medios de comunicación lanzan artículos, comentarios, entrevistas y un poco les recuerdan a las personas la existencia de la producción nacional de turno.
El silencio y el nihilismo han ido ganando espacio, de manera paulatina, en un gran número de televidentes.“Pasarás por la tele sin saber que pasaste…”, escribiría José Ángel Buesa si le tocara describir la situación actual.
Ejemplos válidos de trascendencia hay, y no precisamente la siempre mencionada Tierra Brava. Todavía, cuando hablo con alguien sobre los dramatizados cubanos, sale a colación La cara oculta de la luna.
Me pareció acertado situar una telenovela en el campo cubano, si se toma en cuenta el contexto actual del país. La motivación de los jóvenes hacia la actividad agrícola y el lugar de la mujer son temáticas válidas, siempre que se apoyen sobre un guión inteligente, con historias creíbles y una caracterización certera de los personajes.
tierras_de_fuego2Pero Tierras de Fuego deja el sabor de un trabajo rápido, de una producción por encargo construida sobre el facilismo de estereotipos, “misterios” inocentes y pugnas de toda clase, las cuales –me arriesgo a predecir– concluirán felizmente: Rolando, de una forma u otra, se apartará de “su camino de maldad” y el trabajo en comunión de todos hará de Palmarito, asentamiento principal donde se desarrolla la trama, un lugar mejor.
Los conflictos aparentan ser demasiado densos y cuando el misterio de la historia es develado, nos damos cuenta de que, sencillamente, no es para tanto.
El pensamiento en las zonas campestres tiende a ser más conservador que en las ciudades; sin embargo, no es ni tan medieval ni tan romántico como para resolver todos los problemas (insisto, mucho menores de lo que los diálogos y la promoción prometen) con un duelo de machetes.
Según el gusto y los referentes de cada espectador, unos pueden ver a Palmarito como la Verona de Shakespeare, donde la identidad de casi todos los personajes se resume a Capuleto o Montesco. Para otros, es un pueblo salido de una película del oeste donde la rivalidad irreconciliable solo tiene salida a través de la violencia.
El problema no estriba en la sencillez de las historias, sino en la presentación de las mismas con demasiada espectacularidad en una producción donde se podría haber explotado mucho más el costumbrismo y el humor, en pos de atenuar un poco la “tensión” de las escenas, sin llegar al extremo de Santa María del Porvenir.
No puede esperarse que las personas se “enamoren” de la novela a partir del capítulo cincuenta, pues las dinámicas modernas le exigen a los productos televisivos –y de todos los medios de comunicación en general- enganchar desde el primer momento.
Tampoco se trata de mostrar una visión positiva o negativa del campo cubano. Nada es totalmente blanco o negro. Si con Tierras de Fuego se pretende representar la cotidianidad, la vida rural como una opción válida, entonces más allá de dividir criterios en buenos o malos, es pertinente lograr una mezcla funcional de credibilidad y expectativa.
Otro aspecto básico para que una telenovela tenga una buena acogida, es conseguir la identificación del espectador con el producto comunicativo. Los resortes que mueven a los personajes en Tierras de Fuego pretenden conservar más el misterio de la historia que lograr esa relación clave de complicidad del televidente con al menos un personaje y una circunstancia determinada.
UNA VIEJA DISCORDIA: ¿TRADICIÓN VERSUS NOVEDAD?
El público cubano y la mayoría de los latinoamericanos en general, son noveleros por excelencia, aunque productos audiovisuales como las teleseries ganen cada vez más adeptos y sean la joya comercial de las grandes corporaciones televisivas.
Vía memoria flash o discos quemados, en Cuba las personas se agencian para conseguir temporada tras temporada la serie de moda, mientras la televisión compite con el uso extendido del DVD.
La apuesta de los realizadores en el país toma los caminos de la teleserie, tratando de posicionar los dramatizados con ese formato en las parrillas de programación de los diferentes canales de alcance nacional. Así encontramos Tras la huella, de indiscutible popularidad y con más aceptación por parte del público cubano que los CSI de Las Vegas, Nueva York, Miami o cualquier otro lugar que se les ocurra de Estados Unidos. Los mayores recuerdan aquellas series cubanas que marcaron época, como El silencio ha tenido que ser y Julito el pescador.
Sin embargo, no creo que la solución para, si se quiere, ganarle la competencia al DVD, sea dejar de hacer telenovelas. Sería una lástima en un país con una tradición tan reconocida en las producciones de este tipo, cimentada a partir de un clásico como El derecho de nacer, primero radionovela y aún versionada para la televisión en diversas naciones latinoamericanas. Hay que seguir haciendo teleseries, pero no deben dejarse de lado las telenovelas.
Falta escuchar más. En tiempos de inteligencia colectiva es inútil pretender razones absolutas y determinantes. Los televidentes son la razón de ser de cada producción audiovisual, para ellos trabajan los guionistas, directores, actores… por tanto, el criterio del público viene a ser la médula de todo el trabajo.
Los esquemas de la comunicación masiva del siglo XX se han subvertido de una manera definitiva y ciertamente rápida durante la primera década del XXI. No se puede pretender seguir sumidos en una manera vertical de hacer televisión, ni concebir la retroalimentación como el proceso sucesivo al acto mismo de acogida de la propuesta. A estas alturas es vital asumir esa retroalimentación de forma simultánea al momento de la producción misma.
Sería útil tomar esas concepciones, esa nueva forma de hacer, de entender la producción de dramatizados como un lugar donde se mezclen los criterios de los realizadores con los del televidente en pos del éxito del proyecto.
De reconocer solo teóricamente que el público es lo más importante, se caería en el mismo vacío en el que terminó aquello de “el cliente siempre tiene la razón”. La clave es hacer sentir a quien está del otro lado de la pantalla que también forma parte de la realización del producto audiovisual en sí.
En muchas ocasiones, la preferencia de los cubanos con respecto a las teleseries está marcada por la falta de calidad de las últimas producciones nacionales. Aún se espera por una buena telenovela cubana, capaz de reunir a la familia entera frente al televisor cada lunes, miércoles y viernes alrededor de las nueve de la noche, y de paso, darle descanso al DVD.

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